
Nadie dijo que vivir fuese fácil y menos compartir tu vida con alguien. Por aquel entonces aún no vivíamos juntos pero el estaba la mayor parte del tiempo en mi casa. Las discusiones empezaban a aparecer en nuestras vidas, no hay nada como una buena pelea para no caer en la rutina. Aunque, verdaderamente, lo que me gustaba era lo que venía a continuación…Todas las promesas del mundo juradas, en bajito, al oído, mientras lo tenía en mis brazos, fuertemente apretada contra mi pecho; montones de disculpas zumbando de un lado a otro con temor a escapar; sus ojos, fijos en los míos, húmedos ya por las lagrimas que descendían suavemente por sus mejillas.
-No llores por mí. –Le dije.- No lo merezco.
Sequé sus lágrimas con cuidado y lo cogí en brazos; lo llevé al dormitorio, lo tumbé en la cama y me recosté a su lado: era precioso. Lo estuve mirando durante unos minutos, seguro de que nunca jamás volvería a ver algo tan hermoso y delicado. Me acarició la cara, el cuello, el torso… Tiernamente lo besé en el hombro mientras que mi mano acariciaba su cuerpo con mucha suavidad: primero el cuello, muy sexy, después rodeé su pecho y bajé lentamente por su cintura hasta llegar a las piernas; Mientras nos quitábamos la ropa el uno al otro nuestras miradas permanecían presas una de la otra y ninguno teníamos el valor de apartarla por temor a que algo se rompiera, como si aquella conexión, aquel momento de total entrega, fuese a disiparse con un soplido.
Y lo besé. Lo besé cada rincón, cada centímetro de su piel y su cuerpo ansioso de llegar a el, de sentir que no hay límites entre su cuerpo y el mío, que somos un solo ser. Y los jadeos se oían cada vez más, y nuestros cuerpos no podían parar, y mi mente se empezó a nublar, ya no podía pensar solo sentir, y, por fin, lo sentí, me sentí, el mayor de los placeres carnales cobró vida en nuestro interior…
Abrí los ojos: mi pequeño tenía una ligera sonrisa y sin abrir los ojos me abrazó fuertemente y susurró…
-No te alejes de mí, nunca.
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